En las primeras décadas del siglo XX, la astrología dio otra de sus periódicas “vueltas de tuerca”, guiada por el afán de popularizar sus conceptos.
A fines del siglo XIX, los conocimientos astrológicos circulaban básicamente dentro de grupos esotéricos, iniciáticos, organizados en logias más o menos cerradas al público general, cuyos miembros disponían de una formación en diferentes ámbitos, entre ellos el astrológico.
Los nuevos tiempos demandaban una democratización, una horizontalización de la circulación del conocimiento. Amplias capas de la población recientemente alfabetizadas constituían un público de nuevos lectores ávidos de acceder a textos y publicaciones.
Frente a esta realidad diferente, varios astrólogos, entre otros Alan Leo y Grant Lewis, encararon la tarea de propalar una astrología de divulgación general. Para ello consideraron necesario allanar conceptos muchas veces oscuros e incomprensibles para un lego en la materia.
En esa época comienza entonces la equiparación de signos y casas (Aries = casa I; Tauro = casa II, etc.) y cierto enlace de significado con la presencia planetaria, al estilo de Marte en casa I, es como si el nativo fuese ariano.
Sin duda, este movimiento de simplificación oxigenó la vieja astrología, pero tuvo -como los medicamentos- efectos colaterales indeseables. Lo mismo que permitió a muchos individuos interesarse por este conocimiento, significó un obstáculo importante en el proceso de comprensión para los estudiantes que pretendían profundizar más allá de tener una rápida visión sobre el tema.
Todos recordamos las dificultades que encaramos por ejemplo, frente a una carta “al revés” -con Libra ascendiendo- o la estrechez de vocabulario cuando debíamos combinar el tema natal con una revolución solar. Para ello se hacía necesario ampliar la gama de conceptos adquiridos, ya que las ecuaciones al estilo: Capricornio = casa X = Saturno en X, lejos de facilitar la tarea la convertía en un laberinto incomprensible.
Intentando desbrozar el entramado, podemos echar mano a una metáfora musical:
Signo: semeja una partitura, una escritura “muda” hasta que el músico la interpreta.
Planeta: ejecutante, más o menos virtuoso y fiel a la partitura. Así Júpiter interpreta más ajustadamente la “partitura” Sagitario que la “partitura” Virgo.
Casa: ámbito de ejecución o escena. Implica la presencia de público, produciéndose una dinámica de retroalimentación. Las casas no sólo muestran el accionar en un ámbito de la vida, sino también el eco que retorna de acuerdo con el estilo de acción. Por ejemplo, el viejo precepto “Luna en casa X otorga popularidad” no sólo señala una actitud social de entrega emocional, sino también la capacidad para despertar la emocionalidad del entorno.
Desde ya que para conmover al público, son indispensables el lugar de encuentro con la música, la pericia del intérprete y la partitura original, pero cada instancia cumple una función diferenciada.
Pero aún hay más. Abandonando la metáfora musical y desde la perspectiva astronómica, la Tierra -por ende el hombre que la habita- despliega tres desplazamientos principales, que implican factores astrológicos y tiempos distintos.
Precesión de los equinoccios (25.600 años). En este este movimiento se inscribe el zodiaco. Desde la percepción humana, es la eternidad.
Traslación (1 año). El tiempo de desplazamiento de la Tierra alrededor del Sol se convierte en la unidad de medida para todos los movimientos planetarios. Entonces para la humanidad, los planetas se tornan vivencia de lo temporal.
Rotación (1 día). Este movimiento, da origen a las casas y a la experiencia de lo individual.
Dicho de otra manera, estas tres unidades de espacio/tiempo inscribe al hombre en sus tres dimensiones: individual (casas), temporal (planetas) y eterna (signos).
¿Queda más claro por qué nos confundimos cuando intentamos poner todo -signos, casas y planetas- en la misma cadena significante? Espero haber ofrecido un poco de transparencia a un asunto básico en la construcción del edificio teórico de la Astrología.
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